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Pregón de la Fiesta de la Vendimia Montilla-Moriles


7 septiembre 2008 Por Se llama copla Leave a Comment

PREGÓN DE LA LIII FIESTA DE LA VENDIMIA MONTILLA-MORILES
La publicidad y el vino

Por José Luis Salas Portero

MONTILLA, 6 de septiembre de 2008.- Buenas noches. Soy el tipo a quien tan desprendida y singularmente se ha referido el magnífico y personalísimo presentador, mi hermano radiofónico, Sergio Fernández El Monaguillo…

Mi nombre es José Luis Salas Portero y siempre le estaré agradecido a mi familia por haberme parido en esta sufrida y bendita tierra. Y, a ustedes, por el innegable gesto solidario de venir a escucharme.

De entrada, quiero decirles que no se asusten, que prometo portarme bien y, por lo tanto, seré breve; que es sábado, la noche es joven, aquí el lunes es fiesta y, lo mismo, si encarta, quién sabe, con un par de copas de vino, a lo mejor la cosa acaba en un buen colchón… Acabo de prometerles que me portaré bien y ya empiezo…

Esta noche tengo un papel, una función que cumplir que, mira tú por dónde, se parece una barbaridad a lo que hago casi todas las noches en la radio: hablar, contar historias, entretener, informar, anunciar… A fin de cuentas: pregonar… Por eso, y sin más dilación, debo entrar en el meollo de este acto, no sin antes recordar que pregón y pregonero llegan a ustedes por la gentileza y, sobre todo, una inaudita generosidad del Excelentísimo Ayuntamiento de Montilla, de la Hermandad de la Virgen de Las Viñas y del Consejo Regulador del Vino de la Denominación de Origen Montilla-Moriles.

No lo puedo evitar, acabo de hacerles un anuncio, un patrocinio en toda regla, pues provengo de la radio privada, donde no somos nada, nos quedamos literalmente “boquerones”, sin un buen anunciante.

¿Saben quién fue el primer locutor comercial sobre la faz de este mundo pendonífero? El pregonero de Roma, ese mismo que, a buen seguro, informó sobre cómo Julio César les daba matarile a los seguidores de Pompeyo en la mítica batalla de Munda que, por ubicarnos, fue justo aquí al lado. Fijo que en aquel tiempo, el pregonero romano decoró su gesticulante alocución sobre la mencionada victoria de César, recordando que en el mercado de esclavos de Marco Aurelio había una oferta 2×1; que en la Taberna de Cetrus servían un delicioso vino de Hispania; y que a los actos oficiales de César tenían prohibida la asistencia esclavos, putas y cómicos… Lo mismo que si anunciásemos ahora El Corte Inglés pero a lo bestia y políticamente muy incorrecto.

Ya que estamos casi en la radio, ahora tocaría decir:

… Y seguimos con el pregón de la Vendimia recordándoles el magnífico sabor del vino de las Bodegas Navarro, este insigne lugar en el que nos encontramos y que también está hacia el suroeste, camino de las bodegas Toro Albalá que, con su Pedro Ximénez, pasean el nombre de Aguilar de la Frontera por todo el orbe.

Tras este sugerente mensaje publicitario, y siguiendo con los romanos, el pregonero debe mostrarse ligeramente contrariado y hasta un poco puñetero, pues sepan ustedes que, ahora, un tal Google, un nota cibernético que supuestamente lo sabe todo, pone en duda que la Batalla de Munda tuviese lugar aquí mismo, entre Montilla y Espejo, con el arroyo de La Carchena como mojado testigo. Este tal Google viene a decirnos ¡que la centuria romana no estuvo aquí!… ¿Cómo que no?… La Centuria Romana Munda está aquí mismo, en la calle Las Salas de Montilla…

Me van a perdonar por la broma y el homenaje, pero para quien les habla, los romanos de Montilla son el nexo de unión con la tierra cuando muchos Viernes Santo me ha tocado estar lejos. No es que sea excesivamente religioso, más bien todo lo contrario, pero si esos días no estoy por Montilla, me pongo el DVD de Ben-Hur, me veo a mis romanos filmados en lo estudios Cinecittà, siempre acompañado por una copa de amontillado, y así calmo la morriña, que diría un gallego.

Me consta que los romanos de Montilla tienen al caldo de esta tierra con la corona de laurel por encima… o debajo, según donde coloquen la jarra. Son grandes conocedores, catadores y vividores de nuestro vino, de su vino, y siento pasión por ellos, pues como dice mi padre: “A mí, los romanos, me gustan hasta de espaldas”.

Ya puestos, le toca ahora a la Semana Santa y el vino… O el vino y la Semana Santa, pónganlo en el orden que quieran. Se trata de un binomio que en esta tierra adquiere un especial significado, porque no se entiende lo uno sin lo otro. En las casas no suele faltar un plato de pestiños, altramuces y, por supuesto, coronando la mesa, la copa de vino, esa misma que se ofrece a los costaleros, cuando entran a pedir “combustible” en casa de un familiar o un amigo, porque sin ese oro líquido, surgido de un buen racimo de uvas, no se sube la calle Juan Colín, ni Puente Genil tendría esos increíbles desfiles procesionales.

El vino es básico en la Semana de Pasión, tanto que cuando el Nazareno y la Soledad bendicen los campos de esta tierra en el paseo de Cervantes, le están diciendo a las cepas: “a ver cómo os portáis este año”.

Hace un rato que les anuncié, les pregoné un par de bodegas, razón por la que debo seguir recomendando que se entreguen a la esencia embriagadora de los vinos producidos por las Bodegas Alvear, las Bodegas Sillero de La Rambla, las Bodegas Aragón y CIA de Lucena o de la Cooperativa La Unión de Montilla… Háganlo y siempre acertarán en su copa.

Gustoso les he vuelto a montar otro anuncio, cuyo único objetivo es el de ponerles un ejemplo sobre la importancia de la publicidad, porque de nada sirve tener el mejor vino del mundo, si nadie sabe que tienes el mejor vino del mundo. Es algo que se debe tener muy claro, como ya lo tuvieron en su día, precisamente, los organizadores de esta Fiesta de la Vendimia.

Corría el año 1975 y muchas personas, entre coordinadores, trabajadores y colaboradores, hicieron posible que el mensaje de lo que se hacía en Montilla llegara muy lejos y a mucha gente. Aún me pregunto cómo Rafael Molina Requena, a cuya familia me une una entrañable amistad, responsable que fue de la organización de aquel evento, puso a tantas personas de acuerdo: en una misma semana, Montilla contó con la actuación de Narciso Yepes, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y la Orquesta Sinfónica de Madrid. El campeón de tenis Manuel Santana, que vino a disputar un partido de exhibición en las pistas del Don Gonzalo, aún se acuerda de su visita. Tanto que, casi siempre que nos vemos entre Marbella o Madrid, aprovecha para rematar su recuerdo con este comentario: “qué calor pasé en tu tierra, Salas”; a lo que yo respondo: “eso es porque te querían y te siguen queriendo mucho, Manolo”.

Por si esto les parece poco, aquel año también hubo un impresionante festival hípico y el torneo internacional de ajedrez, del que más tarde tomaría buena nota la ciudad de Linares, y al que vinieron los principales campeones mundiales, sin olvidarnos del especialista en la materia del prestigioso New York Times.

A modo de remate, Rafael Molina (que, viendo la que montó, puedo afirmar que Hollywood se perdió a un gran productor), se las ingenió para que por mediación del ex ministro Cabello de Alba, el NO-DO realizase un soberbio especial de aquella Fiesta de la Vendimia, gracias también a la colaboración del gran Matías Prats Cañete.

Matías Prats… Me tiemblan las piernas sólo de pensar que mi nombre se une a una lista de pregoneros y pregoneras de la Vendimia, en la que también se encuentra el suyo. Tuve la inmensa suerte de conocerle gracias a mi primer trabajo para la televisión. Era el año 1990 y, además de hacer mis pinitos como guionista y productor, me encargaba de ponerle la voz en off al programa Vip Noche de Telecinco. Aún no le he devuelto el regalo que me hizo el realizador de aquel espacio, el conocido Daniel Écija, cuando me pidió que atendiese a un invitado, pues un fallo técnico tenía parado a todo el equipo y la cosa parecía ir para muy largo. Aquel ilustre visitante era Matías Prats. Recuerdo al dedillo las casi cuatro horas que pasé escuchándole hablar de radio y televisión. Pero, sobre todo, su expresión de cierta alegría y los piropos al vino de esta tierra, cuando le dije que yo era de Montilla.

Matías Prats, al igual que tantos otros nombres propios, pregoneros, capataces, invitados a lo largo de la historia de esta fiesta de la vendimia y visitantes de cualquier bodega o taberna de Córdoba, Lucena, Moriles, La Rambla, Fernán Núñez, Cabra, Aguilar de la Frontera, Montalbán, Castro del Río, Doña Mencía, Baena o Montilla, se convierten en embajadores de nuestro vino. Una figura que debe ser cuidada en extremo, pues ellos sí que son nuestros mejores anunciantes, nuestros más genuinos pregoneros.

Y volviendo a la base del pregón, que es el anuncio: ¿Saben cuál es la mejor compañía para darse un gran homenaje? Los vinos de las Bodegas Robles, varias veces premiados y con una línea ecológica adelantada a su tiempo; o los vinos de las Bodegas Navisa, Cabriñana, Pérez Barquero y Bodegas Gracia, cada vez más impresionantes y capaces de saber combinar todo lo bueno de antes, con lo mejor de ahora.

Sobre esta última bodega debo confesarles algo: cuando me topo con el nombre Viña Verde en la carta de vinos de cualquier restaurante, mi careto recupera una sonrisa. No quiero ser desconsiderado, ya que también me pasa con el Marqués de la Sierra de Alvear o el vino joven afrutado de la Cooperativa La Aurora. Pero, a ese vino concreto de las Bodegas Gracia, le tengo un cierto cariño. Primero, porque sirvió para firmar mi debut, a modo de “pseudo crónica gastronómica” en el antiguo Diario Córdoba. Y segundo, porque en los días cercanos a su presentación, una estupenda tarde, el buen amigo Carlos Gracia tuvo a bien agenciarse una caja, cuyas botellas fueron degustadas con acelerada pasión, mientras Amador Pérez de Algaba, uno de los mejores informáticos que tiene Andalucía, Juan Luque, impresionante pintor cómo pocos en España, y quien les habla, escuchábamos la música del grupo Génesis a todo trapo. El maridaje sonoro y vinícola fue de órdago. Nos pusimos lo que se dice bien, o pujos, “muy pujos”.

Eso ocurría a escasos metros de donde nos encontramos, en la casa que se ubicaba justo tras la Panificadora, otro lugar entrañable para este pregonero, pues puedo decir que se trata de la casa de mi familia política: la de los Mora. Y ya puestos a contarles cosas, conviene indicarles que, para este humilde anunciante, José Antonio Mora ya se ganó el título de embajador vitalicio de los vinos de Montilla-Moriles pues a sus estancias lejos de esta tierra, sólo falta que el back-in-box de fino que siempre lleva, se lo coloquen a modo de gotero. Les cuento esto porque personas como él dan sentido a la expresión “montillanear”. Son gentes que viven intensamente y con pasión cualquier cosa relacionada con Montilla: es su estado mental montillano. Se lo veo a mi suegro y a su hermano Miguel Mora, otra persona que aún estando en Madrid, su brújula vital no marca al norte, sino a Montilla que está al sur.

También lo vi en Pepe Luis Márquez, a quien le mando un afectuoso mensaje de aliento. Lo veo y escucho en los hermanos Nicolás, Miguel y Manuel Pedraza. El primero, hasta presume de tener albero montillano en la bodeguita de su casa de la costa malagueña; y los segundos, por ponerle a su restaurante marbellí y uno de los mejores de Andalucía, el nombre de “La Navilla”, igual que el terreno montillano que cultivaba su padre.

El “montillaneo” lo he visto en el profesor y pintor Lorenzo Marqués; en las crónicas de José María Luque; en el hiperactivo bodeguero Francis Robles; en los artículos del periodista Paco Moreno; en mis queridos locos sin par de La Abuela Rock; en el trabajo diario de mi compañera de radio Carmina Leiva; y en Paco Luque quien, desde su Papelería Santana, supo organizar un entrañable centro de prensa de todo lo que se cuece en Montilla y parte del extranjero. Ellos son sólo algunos pero, a buen seguro que ustedes conocen a muchas personas más que, día a día, hacen y practican todo lo que encierra ese “palabro”: “montillanear”.

Y “montillanear” es hablar, beber, vivir y pregonar el vino de Montilla. Un néctar con muchos nombres propios: joven, fresco, fino, oloroso, amontillado y nuestro buque insignia, el Pedro Ximénez, cuya calidad supera con creces al de Jerez, del que debemos envidiar su distribución en el Reino Unido y sus importantes presupuestos publicitarios (y suerte que a la Reina de Inglaterra le va la ginebra, pues si fuese el “Sherry”, los jerezanos multiplicarían con creces sus ventas en el extranjero).

Habrán observado que he obviado una variación llamada “pale cream” o el pijo “rebujito”. Lamento comunicarles que este pregonero admite únicamente una mezcla, la del “champán obrero” , compuesto de maravilloso vino a granel, tocado ligeramente por las burbujas de la gaseosa. Y puestos a confesar, el Pedro Ximénez sólo entra en mi cuerpo si previamente ha servido para darle sabor a un buen solomillo o a un delicado magret de pato. Parafraseando a Dios, esto es, al cineasta Billy Wylder en Con faldas y a lo loco: “Nadie es perfecto”.

Antes de rematarles la faena pregonera, debo aprovechar para recomendarles que disfruten del vino de Montilla donde quieran pero, especialmente, en una taberna. En la de San Miguel en Córdoba; en las Bodegas Campos, a la verita del Guadalquivir. En la Chiva montillana; en Las Camachas; en El Barril de Oro; en La Unión, en el Carrasquilla; en Los Felipes o en su bar de guardia y, también, de cabecera. El de Montilla es un vino para disfrutar en compañía, tiene la capacidad de expandir relaciones, de provocar un Big Bang de emociones digno de ser estudiado por la NASA.

Precisamente, el instituto espacial americano se llevaría más de una sorpresa si estudiase el vino de Montilla-Moriles. Seguro que sus científicos y técnicos llegarían a la conclusión de que el ADN de los que han vivido, viven o han nacido aquí goza de ciertas variaciones genéticas en las que aparece una parra, una cepa o, directamente, un racimo de uvas.

En este punto, les hablare de mí, porque es al irresponsable que tengo más cerca:

Desde pequeño, la expresión “ir al campo” iba unida con una excursión al majuelo de mi abuelo materno, Luis Portero. Junto a ese pago, puro contraste de tierra roja y el verde intenso de las vides, supe lo que eran los barriles y las botas de vino antes de tener mi primer balón, gracias a la legendaria tonelería de Luis Durán. Las insignes Bodegas Navarro, donde nos encontramos, fueron la casa profesional de mi tío Antonio Fernández. Mi padre, aunque siempre ligado a los coches, no se perdía un verano sin encargarse de pesar la uva para el lagar de Pepe Méndez, en cuya casa y bodega ha trabajado toda su vida mi padrino, Miguel Salas.

Mi caso no es aislado: es idéntico al de muchos paisanos y paisanas que llevan la planta del vino en su constitución genética.

En referencia a los genes, y como es de bien nacidos ser agradecidos, a mi padre, Pepe Salas, a quien cariñosamente llamo “Don José” cuando hablamos por teléfono, le estoy eternamente agradecido por muchas cosas. Una de ellas, y en lugar destacado, por ponerme a trabajar cortando uva para los viñedos del mencionado Pepe Méndez. Ahí no hay medias tintas. Ahí sí que te enteras de lo que es un trabajo duro de verdad. Se aprende a la fuerza, por el “manda huevos” que diría el político. Toda una experiencia que me sigue sirviendo, incluso, para lo del negociado de la radio.

Les cuento que unos años más tarde de haberme dejado media espalda cortando uva, ya ubicado en un confortable estudio, contándole a Luis del Olmo las chuchadas del famoseo, le dedicaba a más de uno y a más de una de ese colectivo de desafaenados, el deseo de tenerlos cortando uva en un cerro de Montilla, los primeros días de septiembre, a las tres de la tarde y sin el alivio aportado por el Viento Solano. Lamentablemente, y viendo cómo está el panorama informativo -o desinformativo, según se mire- , tendríamos un severo problema motivado por un considerable exceso de cupo para cortar uva en Montilla. ¿Se imaginan al Pocholo, la Esteban, Paris Hilton, o al Dinio echando la peonada en el Cerro Macho? Sería todo un impacto publicitario, pero más cercano a la ciencia ficción que al vino.

De cortar uva también se aprende de la gente auténtica del campo, los que de verdad se comen los marrones por un jornal; sin los que el vino se quedaría en un simple racimo podrido de una cepa perdida. Hay que acordarse mucho más de ellos, porque sin estos héroes del campo, el vino y esta fiesta no serían posibles.

Y este pregón va llegando a su fin, que ya es hora de salir a la calle, festejar la vendimia, por fuera y por dentro. Beber por los que están y por los que se fueron. Ser generosos y hospitalarios, especialmente con quienes viven lejos, porque ellos se pueden convertir en nuestros mejores pregoneros, en los embajadores del vino de Montilla.

Esta tierra tiene algo maravilloso: un vino que hace milagros. Es la mejor máquina del tiempo; pone a bailar los sentidos y hasta tiene la capacidad de eliminar la distancia. Les digo esto porque cada vez que en Nueva York, al que también considero mi pueblo, nos poníamos un medio de vino de Montilla, por un instante, llegabas a esperar que una Pasquali con remolque y cargada de uva doblase por la calle 57 y enfilase la avenida de las Américas, camino del lagar de algún zumbado neoyorquino, loco por embotellar la esencia del increíble perfume de la uva recién cortada.

La verdad es que echo de menos aquello, sobre todo la aventura de la aduana, colarles a los americanos toda clase de productos de la tierra. Una vez le llevé morcilla y chorizo del mítico Loriguillo a Agustín Alcalá, el corresponsal de la radio en Estados Unidos. Al pobre no le quedó más remedio que echarse una lagrimita de emoción al oler aquel manjar autóctono. Otra vez, fue un gran tarro de aceitunas “partías”, que nos metimos entre pecho y espalda un día de Acción de Gracias en casa de otro montillano, Rafael Molina Navarro, a quien considero mi hermano.

Aunque lo mejor venía de la mano de mi familia de adopción en aquella tierra, los Somoza, que tenían y siguen teniendo una condición sine qua non: no dejarme entrar en la casa, cada vez que vuelva de España, si no llevo la correspondiente lata de cinco litros de aceite de Montilla y, por supuesto, el ya famoso back-in-box con cinco litros de vino de La Union. Se lo puedo asegurar, todo ello, absolutamente obligatorio. Mary, la madre de familia, quedó atrapada por Montilla en una visita junto a varios de sus hijos, durante un caluroso verano. Tanto le gustó que acabó sentada por un buen rato hablando y escuchando a un grupo de agricultores en el bar de La Unión.

En ese afán casi filibustero para con los agentes del fisco aduanero del Tío Sam, en uno de esos viajes también enrolé a mi hermano Miguel. Imitando a los contrabandistas en plena Ley Seca, portábamos en nuestro equipaje la nada desdeñable suma de 12 litros de aceite, 10 litros de fino, un litro y medio de Pedro Ximénez y medio kilo de jamón serrano perfectamente camuflado (y no hablo de las tortas pujadas de la Tahona de Miguel Bellido porque, en el intento, quedaron del mismo grosor que las de Inés Rosales). La verdad es que logramos nuestro objetivo, y eso que fue al año exacto del fatídico 11-S, y el horno del aeropuerto no estaba para muchos bollos… Los que sí se pudo comer mi familia americana, untados con el aceite de nuestros olivos y regados con el vino de Montilla.

Nuestro vino no entiende de fronteras, por eso es importantísimo anunciarlo, tanto dentro como fuera de esta tierra. Aprovechad cada momento y cada medio de comunicación. Vendan bien el vino, conviertan al sabor del Montilla a esos entrañables “infieles”, adoradores del Sherry, el Jerez o la manzanilla de Sanlúcar. A modo de cotilleo interno, debo decirles que el gran Carlos Herrera, compañero, amigo y maestro, tan del vino sanluqueño, ya se sirve su vino en una jarra hecha a mano en Montilla y puede que ande catando un excelente amontillado, cuidadosamente extraído por la gran Eladia Durán de una bota mágica, cuyo local es glorioso templo del vino para quien les habla.

Quisiera por último agradecer de nuevo su paciente presencia, la del presentador, mi pana Sergio Fernández El Monaguillo, así como la de mi familia y una pequeña delegación marbellí, entre los cuales se encuentra mi compadre, de apellido Montilla, que ya es coincidencia.

Un último recuerdo surgido a la vez que juntaba estas letras para ustedes, una prueba más de que el vino es un billete de ida y vuelta en el túnel del tiempo, pues parece que fue ayer cuando para charlar sobre la Fiesta de la Vendimia del año 1985, me tocaba entrevistar a Paco Hidalgo de las Bodegas Alvear en Radio Córdoba FM, mítica emisora en la que ingresé, en buena medida, gracias a mi tío Antonio Pérez, quien de habérselo propuesto, hubiese sido el más singular tertuliano radiofónico de este país, Portugal y parte de Andorra.

Voy echando el candado de este pregón que, en mi profesión, odiamos terminar aburriendo a los tractores.

Salgan, diviértanse, beban y vivan el vino de Montilla. Pregonen todo el año a nuestro oro líquido, convenzan a quien piense que la publicidad de nuestro vino es un lujo, porque se trata de una necesidad absoluta para esta magnífica tierra. Inviten al que conozcan -y al que no, también- para que venga a la genuina Ruta del Vino de Montilla, aunque lo haga en AVE… Tan cerca y tan lejos de Montilla, sin una lanzadera que reviva a nuestra estación de ferrocarril (y se lo ponga más fácil al viajero ávido de conocernos).

Espero, por último, que mi hermano Fran, excelente fotógrafo, al igual que reportero gráfico y buen conocedor de la vendimia y el vino de Montilla, me saque buenas copias de las fotos, y así poder presumir de haber sido su pregonero. Les aseguro que este instante es un regalo. He disfrutado igual que un chiquillo chico abriendo su primer Escalextric. Ha sido una auténtica hemorragia de satisfacción…

Y que sepan que este pregón “radiado” les ha llegado por la gentileza y la generosidad inaudita del Excelentísimo Ayuntamiento de Montilla, de la Hermandad de la Virgen de Las Viñas y del Consejo Regulador del Vino de la Denominación de Origen Montilla- Moriles. Sigan ahora en la mejor sintonía, la de esta fiesta… Y no olviden una cosa muy importante: a la hora de una encrucijada, una duda existencial, o lo que encarte, ténganlo claro. Para ello, no hay nada como echar mano del anuncio más universal de nuestra tierra, digno de la mente creadora del mismísimo Miguel de Cervantes. Dice así: “la elección es bien sencilla, o Moriles o Montilla”.

He dicho.

José Luis Salas
Pregón parido entre Marbella, Madrid y Montilla durante septiembre de 2008.

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